Hace unos años, más concretamente en septiembre del 2002, inmerso en una larga enfermedad que estuvo a punto de matarme y que me mantuvo casi dos años con medicación y rehabilitación, mi vida cambio de tal manera que me gustaría compartir lo que me ocurrió y lo que aprendí.
Entonces predicaba mucho de palabra, pero no lo ponía en práctica, es como si me hubiera convencido que la teoría lo llenaba todo, y con eso bastaba, pero la experiencia grave de mi enfermedad me dió una visión diferente de las cosas y de la vida.
Mi situación familiar, laboral, social cambió por completo, y me adapté como un camaleón a todo ello, supe lo que era sufrir y vivir con el dolor, a aceptarlo; ser tolerante conmigo y con los demás, ser humilde, y comprobar que la paz estaba en mí, en las cosas sencillas.
La espiral de la vida a veces me conducía a no equilibrar bien las prioridades, y me iba engañando a mí mismo, la realidad misma de que no vivía con lo que verdaderamente sentía, dando sobresaltos continuamente.
La vida me paró en seco, me frenó, y viví una etapa muy tranquila (aún con la enfermedad, pero a veces esto se convertía en algo secundario, algo más en el engranaje existencial), donde recuperé el gozo de la lectura sin prisas, poder leer un libro pausadamente, acariciando cada párrafo y saboreando cada capítulo ; volví a poner en mi reproductor de CD, todos los discos de John Lennon, (me gusta todo lo de los The Beatles, aunque mi predilección es Lennon); del placer de ver una película relajado sin prisas; tener en la mente doscientas historias que ordenar; de hablar mucho, con la serenidad que da el saber que dispones de tiempo y ganas de hacerlo; de jugar con mis hijos, de disfrutar de sus sonrisas, su inocencia; de saborear los alimentos, aprendiendo que en cada momento era ese momento.
De este parón y de estas experiencias fui adquiriendo un sentido positivo y «ZEN»; me desprendí de lo material y espiritual que consideré que no necesitaba para mi camino.
Después de ocho años de aquella fatal enfermedad, sigo pensando lo mismo, y me sigo reafirmando en todo lo que experimenté, decidí, cambié y aprendí, hasta llegar a donde estoy.
Con secuelas físicas en la actualidad, pero con fuerza interior y espíritu sano.
Se dice que cada uno busca su lugar en el paraíso, que está en nosotros mismos. A mi paraíso interior le sigo dando pinceladas de color y brillo. Así la pintura la pinto como yo deseo, con luz u oscuridad, pero libremente, siendo el pintor que le da las pinceladas, no pintando nadie mi paisaje por mí.
¿Quizás una utopía? Puede, pero «querer es poder».
Ahora intento vivir sin ideas preconcebidas ni sistemas añadidos.
Ser aprendiz, discípulo y maestro a la vez.
Autor: Silver
Dicen que siempre que se cierra una puerta se abre una ventana.Y la tuya se abripo de par en par.Me alegro que si bien sufriste se sirviera para mejorar tu vida.Un beso grandote se felizzzzzzzzzz.
Se abren las puertas y se cierran y así nos pasamos la vida. Buscamos la ventana para poder respirar y saber que aun estamos vivos.
Se abrió mi ventana de par en par, pero hay una rendija aún que es mi hijo y que me gustaría que se abriera no de par en par sino totalmente llena de esperanza.
El sufrimento me sirvió para comprender que la luz viene cuando pasas por la oscuridad y que la oscuridad está porque antes estuvo la luz.
Aprendí y crecí.
Sé feliz tu también colabora especial de mi blog.
Silver.
Es estupendo que te sientas como el pintor de tu propio paisaje y que quieras que nadie de pinceladas allí sino tú. Eso deberíamos proponernos todos. Ser los responsables de nuestra vida.
Un abrazo al aprendiz-maestro.
Efectivamente Javier, ser responsables de nuestra vida, y los actos que representan. Aunque siempre hay quien viene e intenta dar brochazos con brocha gorda, donde las pinceladas son exactas y definidas. En esos intentos uno va aprendiendo y a su vez aprendido en no caer en lo que demás quieren para ti.
Un abrazo zen muy afectuoso.
Silver
Sigue así. Pintando tu mismo tu paisaje.
A ver si todos pudiéramos hacer lo mismo. Ser aprendices y maestros.
Un abrazo